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miércoles, 24 de febrero de 2010

Estos me gustan bastante

CASCOS

En Montevideo, por la noche y en la madrugada, el viajero se sorprende con un sonido olvidado. El “clop-clop” de los cascos de un caballo que arrastra el carrito donde se acumula el cartón, los muebles vencidos y una gran parte de la miseria de la ciudad.
Son caballitos humildes, de la raza que olvidó el orgullo bajo el recuerdo del palo. Son el último eslabón de la pobreza, la encarnación de la moderna esclavitud; pero inconscientes.
Mientras la ciudad cambia y se hace más bella; mientras la rambla se abre al paseo y al sol de otoño; ellos nos recuerdan muchas cosas que no se pueden olvidar.
Es posible que esos humildes caballitos, de andar cansino cuando vuelven a unas cuadras que no llegué a conocer, tengan el secreto de la amabilidad de la ciudad. Sólo es posible, pero me gusta pensar que una ciudad que no ha perdido a los caballos es una ciudad que se acuerda de que tiene que estar al servicio del hombre, que sabe guardar el secreto de la Plaza de Zabala con sus bancos al sol, sus perros, sus niños y sus viejos.
Montevideo debe saberlo, pues el sonido de sus caballos se metió por derecho en una pieza publicitaria que, con orgullo, quiso rendir homenaje a sus miserias; quiso reconocerse en todos sus habitantes sin excluir a nadie.
De esa intención, basada en el sonido de los cascos de un pobre caballo cansado, nació el Grito del Canilla, homenaje a todo un pueblo que quiere ser grande sin olvidarse de nadie.
Es posible, sólo posible, que no se pueda ser más grande.

PUBLICADO EN EL PAÍS DE URUGUAY




El otro
Vuelve el otro a encarnar la amenaza que se cierne sobre nuestro cotidiano diario. Ya no es una amenaza lejana o futura: lo quieren meter en nuestras casas, en la cola del pan, en el Metro. Se afanan, ellos siempre se afanan, en que abramos los ojos y veamos al otro ocupando el espacio de nuestras vidas, un espacio del que ellos se hacen dueños reclamando derechos antiguos que al otro le niegan.
Vuelve Sartre y vuelve a nosotros el infierno de los otros, de los diferentes, de los lejanos, de los anónimos otros que se tornan hoscos cuando abandonan el anonimato de los tajos para hacerse corpóreos en su olvidada humanidad. Es el retorno del otro, de los otros, de los culpables de todo: vuelve la anestesia sobre la moral colectiva encarnada en el otro.
Es importante que el otro carezca siempre de rostro, de nombre, de religión y de estado. Es muy importante recluir al otro en la cosificación anónima, pues si logra escapar de su destino de cosa y hacerse hombre, la injusticia de su situación se hará presente e incómoda, dejando al descubierto la maldad de los que se afanan, ellos siempre se afanan, en protegernos de la eterna amenaza del otro.
Ellos, los que se afanan siempre, velan por nosotros, que hemos olvidado nuestro deber de estar en guardia. Suplen nuestra desidia olvidadiza y cómplice para sonar alarmas viejas, tan viejas como el hombre, y que nos movilicemos en contra del otro.
Pobre otro, olvidado en su miseria, que quiere hacerse rostro y lo único que consigue es hacerse odio sin saber que su seguridad radica en ser cosa y no persona. Triste mundo en el que la vida y la tranquilidad del otro dependen de conseguir no ser, con lo difícil que le resulta conseguir eso a un ser humano.
Me da una pena inmensa pensar en el otro perseguido, pero también me apena enormemente el nosotros, me da pena esta España amnésica que ya se ha olvidado de todo lo que el otro nos trajo; esta España que ya no se acuerda de que Auschwitz, Treblinka y Dachau fueron la casa del otro hace años. Me angustia esa clase política pacata y pobre que no sabe que hay juguetes que no son para niños y que deben estar encerrados bajo llave; que nunca deben usarse pues son peligrosos, muy peligrosos.
Si el otro acaba convertido en un mensajero que le lleva votos a alguien, nuestro destino como nación, como grupo humano, como sociedad, habrá perdido el rumbo de manera peligrosa, muy peligrosa.



La Copa del América
En Valencia reina el viento y la tecnología se pone a su servicio para recibir, como un regalo, toda la energía del aire y convertirla en un sueño ligero y veloz que corre por delante del aire, del futuro y de lo posible.
Los barcos de la Copa del América son la materialización del ego de sus armadores; se enseñan y lucen con el orgullo de gallos en el reñidero y como ellos, sólo uno conservará el nombre, que ya se sabe que esta regata no tiene segundo, sólo primero: el gallo vivo.
Esos barcos lucen la tecnología con la que el hombre, mañana, se enfrentará al reto de los viajes espaciales y sus materiales se hacen de inteligencia, dinero y ciencia, mucha ciencia al servicio de un futuro en el que nuestras vidas serán más cómodas.
Alumbraron el Kevlar, la fibra de carbono, la fibra de vidrio y lo ensamblaron con una resistencia física y una dedicación heroica. Sus tripulaciones se destinan a apurar el segundo y a buscar el último gramo de empuje de una vela mientras hacen cabriolas por una jarcia que estira el espejo de sus velas hasta el infinito de una blancura y unas formas bellas y armónicas, propias de una relajada mañana de sol.
Son barcos bellos, incisivos, cortantes; naves que parecen desear volar altas en el cielo en lugar de cortar las cimas de unas aguas que no entienden de premuras y de prisas, sólo de mareas, lunas y cálidos veranos que viven para hacerse luz en los cuadros de Sorolla.
Desde las sierras añoro el mar en el que vuelan sus sueños y mis sueños de navegar dejando atrás costas y tierras; envolverme en el agua y las velas para desaparecer en ese viento que mañana besará otras velas y dará vida a otros triunfos.



Los Sueños rotos


Asfixiados y deshidratados tras varios días de viaje en un camión, cuatro inmigrantes –protoinmigrantes, hablando con propiedad – han entregado sus vidas al sueño de una vida mejor. Como ellos, en el estrecho y en el Atlántico, miles de soñadores han dejado sus vidas siguiendo una estrella esquiva y engañosa. Sus sueños se han roto y me pregunto dónde se encuentran los pedazos.
Conocemos algo, apenas retazos, del horror de sus vidas: de sus hambres, de las tiranías políticas bajo las que se arrastran, de los machetazos de las guerras tribales, de las ablaciones de clítoris, de la imposible ley coránica aplicada a las mujeres, de las hambrunas feroces y de los contratos de las mafias encargadas de sacarles el poco resuello que les queda. Con el último aliento de su dinero viven los patrones de las pateras que los expulsan, cuchillo en mano, unos cientos de metros de agua antes de la tierra prometida. Justo la suficiente para ahogar sus esperanzas y sus proyectos.
No sabemos nada de sus sueños, pero conocemos su diaria tragedia en nuestro mundo. Los vemos en los invernaderos, horneados lentamente bajo el sol de Almería y El Maresme en jornadas medievales y mal pagadas. Sabemos de sus alquileres usureros y de sus condiciones de vida. Hemos pasado por la Casa de Campo o las zonas similares de cualquier ciudad y hemos visto su tristeza detrás de la exhibición de sus cuerpos de niñas viejas: la eterna tristeza que acompaña a las que están obligadas a recibir los restos de la soledad y la degradación moral de unos machos sin alma. Los hemos visto en el top manta y los ven aquellos que los buscan para comprar lo prohibido; los intuimos en las cloacas de una sociedad cada vez más altiva que desprecia a los que no han tenido la fortuna de nacer como ellos. A pocos nos duele su desesperanza y su pena; pocos se arremangan para intentar ayudar. Apenas algunas organizaciones y los modélicos ciudadanos que los acogen en las costas de Tarifa y les calientan el alma con su solidaridad.
A mí me obsesionan sus sueños y me gustaría poder reconstruirlos. Me gustaría poder exhibirlos y enseñar la bondad de sus aspiraciones. Sería, posiblemente, un museo en el que se podría conocer lo mejor del ser humano en su estado más puro. Es muy posible que en esa galería de sueños no encontráramos nada parecido al hambre, la explotación, la guerra o la prostitución esclavista e inhumana. Dudo mucho que, en el sueño de esas casi niñas que cruzan el estrecho, pudiéramos encontrar días de frío en los que soportar las babas de los salidos o las palizas del macarra. Casi seguro, en esos maravillosos sueños, no encontraríamos nada relacionado con la droga y las navajas de los yonkies terminales.
Apostaría mi vida a que encontraríamos mucho más volumen de trabajo, determinación, solidaridad y deseo de desarrollarse en paz y tranquilidad, que maldad innata y mezquindad.
Son los sueños rotos, los pedazos que van conformando una escombrera que acabará por sepultar nuestras conciencias hasta la asfixia. Justo en ese momento, cuando ya sea tarde, querremos gritar y no podremos: el silencio de nuestras vidas se olvidará para siempre y nos perseguirán los gritos de sus sueños rotos. Ese día, justo ese día, comprobaremos que estamos muertos.





El Informe Ryan
La vergüenza, el horror, la indefensión y lo peor del ser humano, se van a conocer a partir de ahora con el nombre de Informe Ryan. Es el nombre que los tribunales irlandeses han puesto al informe sobre los abusos sexuales a los miles de niños y niñas que, durante años, aguantaron los abusos de aquellos que tenían que cuidarlos, formarlos y convertirlos en personas bajo la tutela del estado.
Los cientos de páginas de ese informe deben ser como bajar a los infiernos y yo sólo he podido acceder a los titulares de los diferentes epígrafes, pero el catálogo es espeluznante. No puedo imaginarme las vidas de esos miles de niños a lo largo de años de espanto, miedo y asco.
Han hecho una asociación, han tenido que defenderse de la Iglesia, del Estado y de la sociedad pues ellos, los agredidos, las víctimas, eran vistas como poco menos que subversivos que querían menoscabar el prestigio de las instituciones. La iglesia ha conservado el poder y la arrogancia hasta el final: ha negado datos a la justicia, ha dificultado las investigaciones, obligó a dimitir al primer juez encargado de la investigación, evitó que los delincuentes aparecieran en el informe con nombres y apellidos. Todo se realizó con desprecio hacia ellos, pues sus vidas no contaban.
Es un relato de pederastia, de sadismo, de vesania, de tiranía y de obligado silencio ante las atrocidades. Los niños estuvieron años sin poder confiar en aquellos que deberían haber sido su ejemplo, su apoyo; los sustitutos de los padres. Eran lo más débil de la sociedad y los más poderosos los remataron cuando tenían que salvarlos: eran menos que ganado, eran la nada de la que no se espera venganza, ni daño ni reacción.
Algunos miserables dirán que esos cerdos también hacían cosas buenas y no podemos dejarles decir eso sin arrojarles a la cara su propio cinismo: nadie que hace eso; nadie que es capaz de mantener esa conducta durante años es capaz de hacer nada bueno, pues el daño que causa su vida lo borra todo. Nadie que abusa de un niño durante años cada quince días (sic) puede hacer nada para que se le perdone ese daño inmenso, esa pena eterna, esa lacra espiritual que persigue a su víctima toda la vida y se adueña de sus noches y de sus pesadillas.
Y el estado ocultaba, era cómplice y encima pagaba a los verdugos para que siguieran destrozando vidas, emponzoñando almas y negando el futuro de todos esos niños a los que, además de negarles el hogar, el amparo y la protección, llegaron al extremo de quitares la dignidad, la autoestima y el honor. Cuando el olor de podredumbre era excesivo, se cambiaba el destino de los culpables y eran otros los que seguían con la rutina del sexo forzado, las palizas injustas y los abusos.
La iglesia, esa iglesia que juzga a los demás desde la inocencia y la superioridad moral se ha revolcado en esa mierda durante décadas y en muchos países. En Estados Unidos los arreglos extrajudiciales han supuesto la bancarrota de varias diócesis. Ahora será Irlanda la que tendrá que hacer frente a cientos de millones de condenas o arreglos. No quiero pensar lo que saldrá cuando esta marea llegue a los países en los que su poder ha sido, y es, tan grande como en Irlanda: Italia, España, Suramérica. La cosa puede ser espectacular. Esa secta que protege a sus delincuentes, que manipula las mentes y convierte en verdad y dogma una mentira histórica archidemostrada; esa iglesia que aceptó el papel de sumidero de cultos para auparse en el poder de una Roma ya decadente y necesitada de una uniformidad que evitara la dispersión de los pueblos; esa iglesia ávida de poder y de dinero que durante siglos blandió la espada con mejor ánimo quela cruz; esa iglesia que nos dice cómo hemos de vivir está, por fin; desnuda y mostrando toda su podredumbre.
Ni una lección más; ni un desprecio más; ni una imposición más. Solo desprecio hacia ellos, rechazo a sus mentiras, asco por sus métodos y oprobio para su nombre.





GENIALIDAD
Hay personas en la historia de la humanidad cuyo extraordinario trabajo, intuición y oportunidad nos revela el enorme potencial de la genialidad del ser humano. El esfuerzo que suele haber detrás de cosas aparentemente sencillas es, casi siempre, hercúleo. A nosotros nos llegan los flashes de la consagración, pero no la suciedad de los laboratorios, la frustración, la impotencia y en algunos casos notables, incluso la miseria.
El matrimonio Curie se somete al veneno del radio en medio de trabajos propios de peones de albañil, moviendo toneladas de material. Son incontables los casos semejantes, las persecuciones políticas y religiosas, la incomprensión de los consagrados, la lucha feroz en defensa de las ideas enarbolando la esencia del método: las pruebas.
Darwin no podía apenas salir de casa sin afrontar los silbidos y mofas de jóvenes y viejos sobre su relación directa con los simios. ¿Casos? Todos: muertos, quemados, silenciados, olvidados en vida para que sus trabajos renazcan décadas después de su muerte, pero todos, conocidos y desconocidos, van poniendo los ladrillos que hacen grande el edificio del conocimiento común. Hoy nos aupamos en los hombros de miles de genios que han ido poniendo sus pequeñas piezas para aumentar la altura de la mente humana.
Nuestros antepasados no podrían imaginar el alcance de nuestros logros y algunos de ellos se quedarían asombrados de que hubieran sido sus errores, no sus aciertos, los que les hicieron y nos hicieron grandes.
Hoy asistimos a la pelea de los datos del cambio climático, pero es una batalla más, una entrega más de lo que la contaminación humana produce cuando se mezclan los intereses económicos, vanidades personales o cualquier otro factor, con la verdad de la ciencia. La verdad de la ciencia no es más que la duda constante, la posibilidad de estar equivocado porque nuevos conocimientos contradigan lo establecido hasta ahora. Esa grandeza, esa humilde grandeza, es lo que hace que nuestro conocimiento avance, que el conocimiento se asiente y crezca, que nos permita mirar más de cerca los grandes secretos que todavía se escapan de nuestras pesquisas.
Escribo esto mientras veo un documental de Albert Einstein, ejemplo perfecto del potencial de la mente humana, del rendimiento del trabajo bien hecho y de la gran explosión que supone dar con la clave, con el secreto del misterio y de algo mucho más pequeño: el final del escalón. Cada salto es grande, enorme, pero parcial. Todavía nada nos ha llevado al final de un tirón, en un solo viaje; nadie nos ha colado de rondón en el sagrario.
Es probable que el misterio sea tan complejo que se necesiten las uniones de varios paradigmas científicos, algo que nuestras construcciones mentales rechazan. La ciencia se basa en la capacidad de predicción que establecen sus leyes y sin ella no es nada. Una ciencia parcial, una verdad que llegue hasta un punto para entregar el testigo a otro conjunto de leyes y de teorías que nos condujera hasta la siguiente estación, nos crea rechazo y frustración.
La gran teoría unificada se resiste: lo más grande y lo más pequeño se pelean, sus leyes no les permiten entenderse y el ser humano se vuelve loco, se desespera intentando hablar con ambos en un sólo idioma. Hawkins se nos está acabando y su extraordinario intelecto no ha logrado, que se sepa, estructurar ese esperanto con el que hablar de la Física DEL UNIVERSO; esa que lo explica todo y que tanto pánico genera en todas las religiones.
No sabemos quién será o cuando lo hará, pero habrá una mente capaz de ver el conjunto reuniendo los retazos, de aunar los puntos clave, las grandes, las enormes posibilidades de los distintos campos de la física y de las matemáticas y dar con el centro, con el punto inmóvil que hace que todo se mueva. Ese día, el ser humano, todo el ser humano como género, debería ser capaz de saber para qué, por qué y cómo va a utilizar ese enorme caudal de conocimientos a favor de la colectividad, de toda esa especie que desde hace milenios mira al cielo y se pregunta sobre las estrellas con cara de admiración, algo de miedo y enormes, inmensas cantidades de curiosidad creativa. En eso consiste la genialidad: en ser capaz de mirar el mundo buscando los porqués. Que nadie mate esa genialidad es cuestión de todos.


PATER PATRIAE

Los antiguos romanos republicanos, no los imperiales, denominaban así a los que habían tenido un papel decisivo en la suerte de la república; los esforzados que, con su saber hacer, su destreza militar y su valor personal, consolidaban la vida de la urbe. Esa vida ciudadana determinaba el inicio de la cuenta de los años bajo la fórmula AUC (Ab Urbe Condita), año de la fundación, la razón de ser de todo buen romano.
Nosotros hemos tenido unos papás modernos que conviene no olvidar y cuyas desapariciones suponen una pérdida importante para el patrimonio político común de este país. ¿Os acordáis de ellos? Venga, hacer el esfuerzo, que ellos consiguieron la imposible meta de que no acabáramos como algunos querían: a bofetada limpia.







Peces Barba, Cisneros, Herrero de Miñón, Roca, Pérez LLorca, Sole Turá y Fraga

Ya nos faltan tres de ellos y alguno más está más en el otro lado que en este mientras que los relevos, que tendrían que haber llegado, ni están ni se les espera.
Este país ha visto como su clase política ha ido perdiendo peso específico a favor de la estructura de los partidos; el talento ha dado paso a la sumisión, la inteligencia a la habilidad y la ideología a la mercadotecnia. El parlamento es un desierto en el que la oratoria se ha degenerado hasta admitir el lenguaje más zafio sin que sus señorías hagan el esfuerzo de elevar el listón.
Cualquiera de los siete políticos, que aparecen en esos espléndidos cuadros, se hubiera comido crudos a todos los parlamentarios de uno y otro bando antes de desayunar y sin pedir refuerzos; que en el banquillo se quedan nombres de peso como Carrillo, Felipe González, Alfonso Guerra, Leopoldo Calvo Sotelo, Adolfo Suárez ¿Hay que seguir para que se nos caigan las lágrimas añorando esos tiempos?
La actual vida política española se asemeja más al gráfico de los monitores de una morgue que a la cabalgada alegre de unos corazones generosos. El parlamento es mediocre, los discursos anodinos, la tensión no se basa en la transmisión emocionada de ideas y proyectos sino en el cruce de insultos, descalificaciones y gritos de porterillas de corrala. No hay ni siquiera ingenio en las pullas, hay patadas en la espinilla y forofos aplaudidores que saltan a la menor ocasión para hacerse notar y ganar puntos peloteando a los jefes. El parlamento, el templo de la oratoria, ha cedido ante la intoxicación introducida por Martínez Pujalte y compañía. La argumentación no puede ante el cinismo de personajes como Trillo, máximo exponente de la falta de ética, compromiso, sentido de equipo, responsabilidad y moral que asienta sus posaderas en los sillones de la oposición.
La situación es penosa para la generalidad de los partidos mientras los ciudadanos esperamos, ansiosos, que alguien eleve el listón y enarbole un banderín de enganche para retomar la política, la ilusión y las ganas de hacer bien las cosas. Somos muchos los huérfanos que miraremos esos siete cuadros esperando que salgan, de no se sabe dónde, otros políticos dispuestos a elevar el valor de la política para afrontar otro reto igual de complejo que el de ponernos de acuerdo para no matarnos: afrontar los retos del futuro pilotando un país moderno, con unos ciudadanos cohesionados alrededor de un sueño, el sueño que ellos sean capaces de crear para todos nosotros.



Tierra de sangre
Un documental sobre el actual Israel va enumerando los problemas de la zona, la relación de los diferentes países y religiones, el papel de los Estados Unidos, la constante amenaza de generalización de un conflicto eterno y pienso en las vidas consumidas sobre esa tierra. Palestina ha bebido la sangre y el alma de cientos de miles de seres humanos y la normalidad dejó de ser posible hace siglos.
El emperador Tito creyó haber acabado con el problema cuando entró a punta de espada en Jerusalén, la tres veces santa y siempre maldita ciudad del símbolo. Ese hecho inició la diáspora, la emigración judía que acabó en las sangrientas barracas de los campos de exterminio. Tito destruyó el templo, pero dejó el muro sobre el que los judíos construyeron su esperanza de retorno y el símbolo de su largo duelo. Allí esconden sus lamentaciones, entre sus piedras anida la venganza como escorpiones fugitivos del sol. Durante siglos esa tierra se ha despedazado mandando a sus hijos a luchar bajo los símbolos de las religiones del libro y siglos antes ya había símbolos por los que luchar, morir y vivir.
Palestina ha tenido la desgracia de encarnar una promesa, un mártir y un sueño; y con esas encarnaciones se ha formado una tormenta cuyo soplo barrerá el mundo si es que no somos capaces de dominar su violencia. Es la tierra prometida, es derecho divino de posesión para aquellos que hicieron de la religión su única forma de vida. Equivocada hasta más allá de cualquier razonamiento y vital para alimentar la fuerza que un pueblo disgregado necesita para sentirse pueblo. El pueblo judío ha vivido su alianza y su tradición con la certeza de que, sin ella, se desvanecería como el polvo del desierto que vio nacer su despertar. La tierra prometida, la posesión diabólica de una casta sacerdotal y teocrática que hizo de la certeza una bandera inexpugnable para no caer rendido ante la historia y sus derrotas. Esa es la primera maldición.
La segunda maldición viene regada por la sangre de un oscuro mártir que el opresor ajustició en la cruz y que luego se vengaría del verdugo. El signo venció, el antiguo opresor volvió el rostro hacia la cuna del mártir y de las ruinas de la ciudad en la que murió hizo su fortaleza celestial para mayor gloria de su venganza. Los seguidores del mártir fueron capaces de aniquilar al opresor y fagocitarlo hasta hacerlo desaparecer. La segunda maldición se había culminado.
La tercera maldición vino a lomos del caballo del profeta y de él nos dejó su huella al iniciar el vuelo de retorno desde la cúpula de oro. El profeta también cumplió su destino y forjó la maldición haciendo de Jerusalén una ciudad sagrada para el islam. Con la tercera herida, Palestina se sintió preparada para desangrarse hasta morir y hacernos morir a todos cumpliendo un destino oscuro y siniestro.
Tres veces santa y tres veces maldita por la intransigencia, el deseo de poder y un odio cerval y africano que pudre los sueños de paz antes de haber nacido para liberar a los hombres del destino de muerte que los muertos les exigen.
Pienso en su historia y un pensamiento negro invade mi mente con el convencimiento de que no hay futuro para esta tierra atada a su pasado de sangre y guerra; no hay futuro para una tierra cuyos muros se cimentan en el odio y se unen por un mortero de sangre antigua que clama por la venganza. Ni hay esperanza para la tierra ,ni hay esperanza para el resto de los hombres, alcanzados por las tres maldiciones viejas aunque su vida se levante y radique a miles de kilómetros. El peligro es tal que el libro unirá la lucha en la que ninguno de los bandos alcanzará nunca la victoria que promete.
Si alguno vence, la continuidad de los profetas asegura que la derrota también alcanzará su casa, pues los tres basan su identidad en lo que les separa y diferencia. Sin enemigo del que distinguirse, el absurdo acabará alcanzando el carro de su triunfo para verse vencedores y conquistadores de la nada.
Palestina es una puerta del infierno a la que debemos mirar para ser conscientes de que el peligro acecha a cada paso; de que si olvidamos al ser humano, el hombre volverá sus fauces contra el hombre para asegurar su destrucción.
Que no lo queramos y lo evitemos es trabajo de todos, pero cuando se ve la magnitud del trabajo necesario para erradicar tanto odio antiguo, nos hacemos conscientes de nuestra propia impotencia.


De la pública imagen de los personajes públicos
Hace tiempo que mantengo que dar el paso para cruzar la raya que separa la persona del personaje es una acción arriesgada. Hacerlo con seguridad implica la certeza de que el personaje creado está a la altura de lo deseado y deseable, pues puede ocurrir que el recién nacido nos salga rana y arruine la trayectoria profesional de la, hasta ese momento, desconocida persona.
La introducción deviene de la lectura de un titular encontrado en el que se da cobertura a un fallo judicial, contra la viuda de Camilo José Cela, referente a la administración de la herencia del escritor. El caso de Camilo José Cela, junto a los de Sánchez Dragó y Fernando Fernán Gómez son un paradigma de lo que digo, pues sus deleznables personajes públicos consiguieron, y consiguen, alejarme de sus obras o contemplarlas con menos admiración de la que obtendrían de no haber conocido sus caras.
España es un país que exige mucho a sus gentes y no admite que un escritor sea simplemente eso, escritor. Lo normal sería pensar que alguien que dedica su vida al silencioso y autista ejercicio de la literatura no sea especialmente afín a los focos y exhibiciones públicas. Pues no: el escritor debe multiplicarse, ser ocurrente y sagaz; debe dominar una multitud de disciplinas y ser tan capaz de sentenciar sobre la calidad del último lanzamiento editorial como de dictaminar sobre lo adecuado de la energía nuclear.
De la misma manera que los tertulianos diplomados lo son en función de su incapacidad para reconocer que, de determinados temas, no tienen ni la más remota idea, los escritores que se sobreexponen acaban dando una idea de pedantería, soberbia y fatuidad que me condiciona enormemente a la hora de recrearme en el disfrute de sus libros. El ejemplo más claro se refiere a Sánchez Dragó y a su historia mágica de España, obra que quiero leer desde hace años y que se me atraganta entre las manos cuando, al atacar las primeras líneas, se me aparece la cara del autor y me acuerdo de sus majaderías. Otro tanto puede decirse de ese deleznable personaje en el que se convirtió el nobelizado Cela, escritor con el que he disfrutado como una vaca en una pradera y cuyas últimas obras no pude llegar a leer. Una lástima, pero es así.
¿Moraleja? Hombre, no demasiadas, pero si recomendaría a los posibles afectados por esa fiebre que tengan en cuenta que su actividad central es una y que lo accesorio puede llegar a pesar más que lo trascendente a la hora de mantener el chiringuito. Por otra parte, tampoco hay que exigirse tanto y repensar lo que constituye su verdadero trabajo y el esfuerzo que conlleva. ¿Es lógico pedirle a alguien que llega a tardar horas en redondear un párrafo que improvise, como una ametralladora, frases inmortales? Creo que, además de no ser lógico, es inhumano. A ninguno se nos ocurriría forzar nuestra vida hasta el extremo de ser, a la vez, velocista y corredor de fondo, de manera que mezclar dos tipos tan distintos de comunicación, unidireccional una e inmediata e interactiva otra, no deja ser un contradiós, que dirían en los pueblos.
El ejemplo contrario a lo que estoy comentando podríamos encontrarlo en los Delibes, Eduardo Mendoza y pocos más, pues hay otros grandes que corren el peligro de deslizarse a la zona oscura como Vargas Llosa, García Márquez y Muñoz Molina . Sinceramente, me gustaba más la imagen del escritor respetado y desconocido por otra cosa que no fueran sus libros, ese escritor considerado “maestro” por todos y cuyas ideas sobre la política diaria o sobre la rabiosa actualidad no eran ni conocidas, ni deseadas.
Me da una enorme pena que alguien capaz de escribir “Mazurca para dos muertos” acabe en la picota del rechazo por unas opiniones que no aportan nada, que no son imprescindibles y que sólo sirven para dividir. Por otra parte, bastante tenía ya el hombre con sus oscuros procederes de las peores épocas del franquismo, así que abusar de la amnesia de los lectores acabó pasándole factura. Sánchez Dragó arrastra su histrionismo y su mala baba resentida por los pesebres del PP y de los otros dos, muertos ya, poco hay que decir. Recordemos la genialidad y la calidad de sus trabajos y olvidemos los nefastos personajes creados por ellos que consiguieron devorar, en vida, la grandeza de sus creadores.
La sabiduría popular aconseja que los zapateros se centren en sus zapatos, máxima a la que no tengo nada que añadir.
Pues eso, cada uno a lo suyo.
Buenas noches.


El libro y la cama

Leo un libro obligado que me abre las puertas del deleite literario y pienso que se hace de noche y no podré leer en la cama. Hubo un tiempo en el que lo mejor de la literatura se acostaba conmigo en la cama, se adueñaba de las sábanas y los dos jugábamos a descubrir mundos escondidos entre páginas y páginas de pensamientos elevados, impuros, obscenos o simplemente idiotas. Hoy, la literatura se ha olvidado de la senda que lleva a mi cama: se ha olvidado del transcurrir de las horas de la noche a la luz elevada de la lámpara unitaria y egoísta.
Me vienen a la memoria las maravillosas noches de verano sudoroso y quieto en las que los libros y yo jugábamos a no sudar, esperando el fresco de la amanecida y los ruidos de los pájaros, para caer dormidos tras agotar los últimos sorbos de un epílogo esperado y frustrante que ponía el punto final al disfrute y la vigilia, todo de una sola vez. Para mis amigos el verano se asocia con mares, playas, montañas, chicas o pandillas: mi verano idílico y rememorado hasta la saciedad de la mentira – me imagino que haría otras cosas, pero ésta se adueñó del modelo – se recrea en un libro inmenso; de esos que superan las 900 páginas, con el que he pasado el día y cuya compañía se prolonga toda la noche hasta la llegada de las primeras luces, claridad que trae el final de la historia y un sueño de hierro hasta el calor del medio día. Eso era verano.
Hoy, cuando la noche me llega en compañía, los usos y costumbres de la pareja han desterrado la luz agresiva de la lectura y las noches ya no llegan acompañadas de los sueños que llenan los libros. Pienso esto mientras leo Mortal y Rosa, justa venganza por lo escrito hace unos días sobre Umbral, y adelanto el deseo de seguir hasta acabar sin pensar en la noche que transcurre acompasada por el desplazamiento de las hojas.
Pienso, mientras escribo, que mi sueño de escritor culminaría al conseguir que alguien se dejara llevar por los enredos que escribo hasta dejar pasar la noche sin más ansia que seguir leyendo. Saber eso, disfrutar de esa certeza, debe ser como saberse bendecido por un don especial que consiste en hacer feliz a la gente durante un rato. Casi nada.



Sol de Hielo
Es invierno y desde hace días las nubes se han instalado en nuestras vidas dejando su rastro de lluvia, nieve, niebla y languidez. Este es un invierno de agua un poco anormal en la zona, más dada a los otoños lluviosos y los inviernos secos, duros, acerados de luz diáfana y seca.
Hemos estado grises y oscuros, pero ayer el invierno volvió a mostrarse radiante y nos regaló un día de calendario, de esos en los que las últimas horas de la noche ya prometen un amanecer de radiante luminosidad. Y amaneció como a todos nos gusta ver amanecer, con horizontes claros, aire limpio, seco y frío, sin apenas una brisa que rompa la inmóvil visión de las hojas escarchadas anticipando la llegada del sol.
Son días que habría que poder guardar; días en los que el sol ilumina primero las lejanas cumbres de la sierra del Guadarrama, para dejarnos ver a las nubes arrastrándose por la ladera sur una vez que consiguen coronar las cimas de los montes. Es un espectáculo brillante y hermoso y cuando más enganchados nos tiene mirando las lejanas alturas, un sol de hielo nos empieza a llamar la atención con leves golpes en el hombro o en la espalda.
Es ese sol y esa luz que encontramos en los cuadros de El Prado contemplando la vida de la Villa y Corte y que nadie que no lo haya visto, sentido y vivido podrá pintar jamás: es el sol de invierno en la meseta; el sol que nos habla de que el invierno pasará y la vida volverá por encima de los hielos y la escarcha. Es el sol que anticipa un verano de hierro sobre las peladas rocas y que secará las encinas hasta las raíces.
No soy persona que crea necesitar muchas cosas, pero cuando tengo la suerte de vivir un amanecer como el que intento describir y luego me subo en la moto con el aire bajo cero intentando helarme la cara, me doy cuenta de que esos días significan mucho en mi vida y que, de no tenerlos, es posible que llegara a necesitarlos mucho más de lo que ahora mismo creo.
Combinar esa calma del amanecer con el inmediato trayecto en moto es un regalo que me hacen los cielos y que agradezco en cada ocasión que tengo la suerte de vivirlos.

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