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jueves, 29 de abril de 2010

Los márgenes del riesgo



Una plataforma de la BP se ha hundido en el Golfo de Méjico después de incendiarse y matar a once trabajadores que no pudieron huir del infierno. Las plataformas de extracción están llegando a unos niveles en los que un problema significa la imposibilidad de intervenir ante el desastre. Sus proporciones son colosales, la profundidad desde la que sacan el crudo es abismal y la posibilidad de actuar, mínima.
La tecnología actual ha llevado al hombre a zonas en las que hace dos o tres décadas no se podía llegar y mucho menos, vivir de forma estable. Somos y vivimos un momento tecnológico casi mágico; nos acercamos y sobrepasamos límites que multiplican los riesgos, pero es que no podemos parar.
El sistema imperante nos condena al crecimiento o a la muerte y la tecnología está al servicio de ese crecimiento, no de la moderación del mismo. Pensemos que el dinero invertido en las plataformas podría haber sido destinado a la generación de otro tipo de energía, pero eso, todavía, no hace crecer, mientras que las acciones de la BP suben cada vez que descubren un yacimiento más grande y más profundo que les permite anclar más plataformas. ¿Hace crecer igual la energía eólica? Ni mucho menos. ¿Es el desarrollo sostenible y moderado fuente de riqueza? Ni de lejos al mismo ritmo.
El mundo necesita acelerar para cumplir expectativas –otra cosa sería la discusión sobre la justicia o conveniencia de esas expectativas – pero es lo que hay. Oriente, especialmente India y China, van a incrementar el consumo de crudo acercándose a los niveles de Occidente y eso significa que hay que buscar más reservas, que las actuales no bastan.
Mientras tanto, todo busca los límites, el riesgo, la zona donde la seguridad es una quimera que ya hemos dejado atrás hace tiempo; el paraíso perdido en el que la estabilidad era posible y las generaciones pasaban por paisajes iguales.
Dentro de esos estrechos márgenes, se ha desarrollado un drama al que hemos asistido casi en directo: un montañero ha muerto en el Himalaya poniendo el triste colofón a lo que comentaba en otra entrada: la falta de solidaridad de una cordada para ayudar a encontrar al perdido. Teléfonos, conversaciones y al final, con la familia angustiada siguiendo al minuto la tragedia, la confirmación del silencio. Ha muerto dejando a la familia con la peor de las angustias y las impotencias. Una cosa es saber que tu marido, padre o mujer ha muerto en la montaña persiguiendo un sueño y otra, muy distinta, conocer su desesperación, sus llamadas de auxilio, su debilidad y tormento para llegar a la muerte. Eso no debería formar parte del sufrimiento, pues llega a la tortura más sádica. Descanse en paz el montañero y que la montaña recupere el silencio, el respeto y la soledad de las cumbres donde habitan las almas de los que soñaron habitar los hielos eternos

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