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sábado, 14 de agosto de 2010

Lavapiés


Los dos últimos fines de semana me he dejado caer, en compañía de amigos muy urbanitas, por el castizo y multiétnico barrio de Lavapiés, verdadera pesadilla para algunos puristas de la raza – no me pregunten de que raza se trata, pues el español mezcla muchas y variadas – y una delicia para algunos otros menesteres sobre los que me gustaría incidir.
Pasear por las calles no da ninguna sensación de peligrosidad o necesidad de defensa, sino que es una actividad tranquila en la que te puedes encontrar, como el fin de semana pasado, con una verbena de barrio que ocupa una calle en la que los vecinos invitan a sangría mientras bailan pasodobles y disfrutan de la noche encantados de mantener su propio espacio y ritmo de vida.
Acabamos en la Plaza de Cabestreros cenando en Baobab, restaurante senegalés en el que picamos algo con un sabor estupendo. Ayer, en el restaurante Calcuta, en la misma calle de Lavapiés, cenamos como reyes una comida hindú que nos costó quince euritos por barba, bebidas incluidas.
Cuando he visitado ciudades como Londres o Nueva York, siempre he echado de menos la oportunidad que tienen sus habitantes para recorrer el mundo, gastronómico se entiende, sin salir de casita. Hoy, en Madrid, se abren nuevas alternativas y comida hindú, africana y marroquí o árabe en general, es accesible, original, sorprendente y buena si uno se atreve a probar, actividad muy recomendable y que siempre me ha salido bien, algo que me encanta.
Me imagino que ir de visita en verano y de paseo es una cosa y vivir en el barrio es otra, pero pienso que si se encuentra un equilibrio adecuado, la mezcla de gentes, razas y costumbres configura un mapa muy curioso con el que descubrir cosas nuevas y aprender, actividad importante para todos nosotros. El barrio de Lavapiés tiene la capacidad de convertirse en un ejemplo, ya veremos si bueno o malo: si opta por la integración armónica, por la suavidad y el trabajo, la cosa irá bien y el modelo, parecido a lo que los gais hicieron en Chueca será ejemplar, pero si la tendencia es contraria y la cosa acaba en marginación, violencia, segregación etc, la cosa acabará como el rosario de la aurora.
Mientras tanto, mientras la cosa se define y los racistas claman por la llegada del rayo purificador que limpie la afrenta, os recomiendo que os dejéis caer por sus restaurantes hindúes y os entreguéis al maravilloso sabor de los tandoories, los currys, los pulaos y los diferentes preparados del nan, con queso, ajo, mantequilla...y el mango chutney, forastero que debería ser llamado a integrarse en nuestros platos para endulzarnos el placer de soñar con su fragancia. De verdad, dejaros llevar, que vale la pena.

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