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viernes, 27 de agosto de 2010

Sol


Las piedras reverberan y la calima tiembla en el calor de las cuatro de la tarde de un verano más, de un verano que no pasará a la historia y del que pocos guardarán un recuerdo especial. Los campos sufren de sed y veo, en los sudorosos paseos, cientos de conejos confiados que se han creído que todo el monte es tranquilo y amistoso, pero llegará Octubre y el estampido de los cañones de caza les dará la noticia de que sus meses de tranquilidad se han acabado.
Este año todo transcurre con placidez y el verano se arrastra sin prisa y dejándose llevar por el calendario camino de un septiembre del que sí se espera mucho, aunque nadie sabe si su comportamiento estará a la altura de lo esperado. Para unos, el verano se habrá llenado de amor y de noches de playas viendo las estrellas reflejadas en la sonrisa de la persona amada; para otros, simplemente habrá pasado, se habrá convertido en un recuerdo más lleno de cariño, amor sosegado, pequeñas aportaciones en forma de momentos bonitos y tranquilos.
El amor y la convivencia juegan su partido de muchas formas distintas, dejando que cada quien los viva de la forma más adecuada a sus expectativas, carácter y ambiciones, garantizando el fracaso de todos aquellos que han intentado establecer reglas, normas y manuales. ¿Alguien puede predecir la vida de esa pareja que ahora empieza? ¿Alguien puede decir que esa pareja, que lleva horas sin hablarse y sin mirarse en la playa de moda, se ha olvidado del amor?
Los libros están llenos de posibles combinaciones y juegos malabares que dejan a los amantes sometidos al capricho del destino, pero siempre indefensos ante el deseo de seguir amando el reflejo de la sombra de un recuerdo.
Bajo el sol del verano todo parece más lento, la vida se detiene como para mirar el paisaje que los hombres forman; el calor hace que añoremos la noche y el fresco amanecer sabiendo que es verdad que nada nuevo descubrirán sus luces, porque la esperanza tampoco es nueva, es vieja como las ansias de felicidad del hombre.
Todos soñamos con los verdes campos del otoño, pero el calor aguanta firme y, como los últimos y peor recibidos latigazos del invierno, nos deja chafados contra el aire del ventilador mientras debatimos con nosotros mismos si ponernos en marcha o permanecer tirados dejando que las ideas se amontonen desordenadas en un cuaderno que nunca será publicado.
Es verano y la cabeza se pierde, se desordena y salta de idea en idea, de sueño en sueño sin detenerse demasiado en ninguno, como si todos le gustaran y todos fueran ideas sin sentido. Hoy me dejo llevar por el desorden de escribir sin destino, sin estructura y sin objetivo; escribir al dictado de esos temblores de la calima de la tarde. El aire se mueve arrebatado y la sierra se dibuja al fondo con los contornos difusos, como si también ella quisiera elevarse llena de aire caliente. Todo se va escribiendo solo, se amontona sin orden y yo miro sin tener claro cuando acabar de presionar el teclado, esperando, con curiosidad, la próxima tontería que aparece en la pantalla.
Es la tarde de un viernes que se precipita hacia un septiembre esperanzado que, es posible y deseado por algunos, puede reírse de nuestras esperanzas para revelarse tan plano, anodino y falto de acción como han sido el resto de los primeros meses del año. Por el bien de muchos, incluido yo, espero que no se ría de nadie y deje ver la luz bajo las sombras.

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