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domingo, 1 de agosto de 2010

Un lujo cercano

Collado Ventoso, espléndido tras el esfuerzo de la subida.

Hoy, cuando la alarma del móvil ha sonado a las 6,30 de la mañana, no ha pesado el sueño, ha podido la ilusión y la anticipación de un reencuentro con los retorcidos pinos de la sierra de Guadarrama, esa sierra que todos los fines de semana sufre la llegada de las hordas de madrileños sedientos de naturaleza.
Hoy era el Camino Schmidt, senda abierta a principios del Siglo XX por el Austriaco Eduardo Schmidt, uno de los precursores que junto con otros pusieron en marcha la creación de clubs y sociedades deportivas de montañeros, senderistas, geólogos y cartógrafos que abrieron los valles y las cumbres de ese lujo cercano tan asequible y dura cuando, en pleno invierno, las nieblas, ventiscas y tormentas se ciernen sobre valles y cumbres dando más de un susto a los incautos.
Yo era muy pequeño, casi un muñeco, cuando las excursiones de mi grupo de Scouts me enseñó a cuidar de esos parajes; me inculcó un inmenso cariño por esos pinos y esos árboles que se cargan de nieve en el invierno y tienden sus ramas a la solana del sur dejando sus troncos ciegos al norte, punto desde el que ya saben que lo único que llega es frío, helada y oscuridad. Estuve muy poco tiempo con ellos, pero fue suficiente para que las cosas positivas de lo que ahora veo como un movimiento proto-verde y solidario se asentaran en mi interior sólidamente.
Con ellos pasé frío y estuve en actividades diversas y curiosas: estuvimos limpiando zonas de campo de bolsas y latas, ayudando a los enfermos imposibles del tren de Lourdes y a los temporeros de la vendimia francesa, pero recuerdo con especial nitidez momentos y sensaciones en la naturaleza: amaneceres, cuadros nocturnos y paisajes con y sin nieve, pero casi siempre con frío.
Una vez intentamos hacer el camino Schmidt subiendo desde la estación de Cercedilla. Llevábamos los sacos porque la idea era hacer noche en una salida de fin de semana, máximo lujo de aquella época: pasar la noche en refugios de la zona. (Ahora es imposible, esos refugios se cerraron para siempre y no es posible hacer vivacs o acampadas libres). Empezamos la subidilla a las Praderas y nos encontramos las primeras nieves en los inicios de la Calzada Romana. Miradas serias de los jefes y al poco, según la senda ascendía, la nieve se cierra y las antiguas Chirucas (no confundir con las actuales, impermeables y estupendas) demuestran todas sus carencias y nos tenemos que dar la vuelta.
Poco tiempo después dejé el Grupo a favor del baloncesto y el camino Schmidt se quedó en ese lugar de la memoria que acumula deseos insatisfechos lleno de atributos soñados y nunca vistos. Hoy he vuelto a la zona, he recorrido esa senda histórica y he vuelto a ver a aquellos pinos que tanto he echado de menos.
La caminata ha sido un constante reencuentro con esas caminatas que tanto me gustaron y que tanto me enseñaron. Y por cierto, un dato curioso: todo el recorrido desde el Puerto de Navacerrada hasta el parking de las Praderas, en dos horitas, cuando acabo de ver en un site estima en una hora y cuarenta y cinco minutos el trozo que va desde el telégrafo al Collado Ventoso. Buena forma.

1 comentario:

  1. La primera avntura era esperar que Sabina ariera la panadería para el necesario avituallamiento... Y en casa a esperar que volvierias todos enteros. Existen fotos en las que vas cargado con una mochila casi tan grande como tú.
    En tus recuerdos deben estar también los Pinares de Balsaín y la presa que el río no conseguía llevarse. Por muchas razones es mi sitio preferido. Has despertado una sanísima y divertida afición. Que siga y sigas contándonos tus andanzas.
    a.m.

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