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viernes, 24 de septiembre de 2010

La quimera del tiempo

Una nueva Alicia se pierde entre el espacio y el tiempo disperso por la espuma cuática

Nuestro mundo físico, ese que tantos sustos nos da cuando nos lo explican desde perspectivas novedosas que nos hacen pensar en lo que nunca habíamos pensado, esconde sorpresas y una de ellas es el tiempo. Cuando hablamos de magnitudes y medidas, estamos acostumbrados a poder medir la manifestación física directa de las características físicas que definen la realidad: peso y longitud, junto lo que conlleva de volumen y espacio, pero cuando llegamos al tiempo, lo que medimos es una variable que habla de otra variable: calculamos el tiempo en función de un movimiento, bien el de las manecillas de reloj o de los pulsos electrónicos o atómicos de un reloj, pero ¿que es el tiempo más allá de lo que hemos convenido como su medida?
Para empezar, el tiempo requiere de la existencia de otra magnitud para poder manifestarse, algo que elimina la posibilidad de considerarlo como algo primario y original; no es existente per se sin necesitar de un segundo elemento que lo justifique y por el que pueda existir: el espacio. Si no hay espacio, no hay tiempo y esa relación es fundamentalmente perversa, pues hace que nuestra experiencia cotidiana una ambas magnitudes de una forma natural, sin analizar la verdadera naturaleza de cada una de ellas por separado.
El tiempo tiene varias peculiaridades que sorprenden al pensar en ellas, pero una muy curiosa es la imposibilidad de retroceder: sólo puede avanzar, sólo hay una dirección posible y eso, en física, es una singularidad. Otra particularidad es que no es uniforme y su medida depende del estado y la localización física del observador. Los satélites geoestacionales que orbitan la tierra sufren un retraso en su medición que hay que corregir y no hay forma de evitarlo. Se han separado algo de la masa de la tierra y de su fuerza de gravedad y han aumentado la velocidad, factores, ambos, que hacen que el tiempo discurra más lento.
Desde Einstein, sabemos que para un observador que viaje cercano ala velocidad de la luz, el tiempo será más lento que para el que observa el viaje desde la tierra, más o menos en una proporción de 300 a 1. El viajero habrá envejecido un año en el viaje que, según el centro de control, habrá durado unos 300. ¿Algo tan inestable puede considerarse fiable y digno de confianza como para considerarlo como cuarta dimensión?
Eso en lo que hace referencia a lo que pasa si analizamos el mundo de lo muy grande, que si nos metemos en el universo de lo muy pequeño, la cosa es todavía más divertida. Cuando descendemos a lo que se llama “la escala de Plank”, esa más que diminuta realidad de la materia que hace imposible separar los conceptos de tiempo y de espacio, veremos que ambos se colapsan en un más allá desconocido que no podemos investigar o analizar.
El mundo cuántico; el mundo de la manifestación de la energía, me empieza a interesar enormemente; pues hace que lo que damos por cierto y asumido se deslice sin control fuera de nuestras manos. La última idea es la de la “espuma cuántica”, la manifestación de las irregularidades del espacio y del tiempo a escala muy pequeña, esa en la que la uniformidad de la materia desaparece y se llena de vacíos; los mismos vacíos que un ser muy pequeño vería en un tejido que nosotros vemos tupido. No tengo la formación adecuada y los flashes que me llegan son inconexos y, lo más seguro, los elaboro de forma equivocada, pero el divertimento es el mismo y me proporciona ratos estupendos en los que “me como el coco” mientras me lo paso como un enano.
Las llamadas de atención que hace este micro mundo son sorprendentes y si aceptamos algunos paradigmas clásicos, como ese que dice que la energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma, nos encontraremos con que la creación desde la nada es factible, ya que la materia –manifestación de la energía – se anula con la negatividad que aporta la gravedad para dar una suma igual a cero, o lo que es lo mismo: la energía total del universo suma cero y por tanto, no nos hemos movido de la nada en la que nos vería un observador imparcial. Curioso, ¿no? Tantas vueltas y comidas de tarro para llegar a la conclusión de que es posible que todo este universo no sea más que una leve irregularidad cuántica alojada en la nada dimensionada por la “escala de Plank”.
¡Hay que joderse lo que inventa el hombre blanco!

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