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viernes, 8 de octubre de 2010

El culo y las témporas

Reacreación de La Guerra del Fin del Mundo

Hace años que el arte de la diatriba, de la pública humillación del adversario a través de palabras usadas como cuchillos y con resultados mortales, se ha perdido. Ahora basta con patear los genitales, soltar tres insultos soeces y, en caso de que el adversario sea mujer, decir que tiene “cara de actriz porno” o cualquier otra estupidez semejante.
Este terreno, abierto y roturado en el parlamento por los Martínez Pujalte y compañía, ha sido convenientemente seguido por Antonio Burgos y una caterva de elementos sin gracia, sin elegancia, sin cuidado y sobre todo, sin la capacidad de estrujarse la cabeza en pos de un objetivo que no es otro que el dejar al contrario en una situación desairada. En los últimos tiempos se ha sumado a ese coro de zafias actuaciones el autor de “El ojo izquierdo”, José María Izquierdo, un hombre que con su experiencia y su carrera, podría elevar el tiro en lugar dedicarse al zafio oficio del insulto puro y duro.
Todo esto viene a cuento de los comentarios sobre el Nobel de Vargas Llosa, escritor del que, sin salir del terreno puramente literario, se pueden decir millones y millones de cosas, pero ya hubo quien, confundiendo los términos del título, encabezó su intervención destacando, como lo mas importante, que Vargas Llosa es “un liberal”. ¿Del autor de la Fiesta del Chivo destaca que es un liberal? ¿Del que escribió la Guerra del fin del undo se destaca que es un liberal?. Cuando la gente mea fuera del tiesto, las consecuencias pueden ser desastrosas.
Vargas Llosa es un escritor maravilloso, capaz de estructurar sus narraciones con una complejidad asombrosa que se va deslizando por la lectura sin que nos demos cuenta; un escritor pulcro, perfecto, cuidadoso – tan cuidadoso con el texto como lo es con la palabra, aunque no nos guste lo que dice – y capaz de llevar al lector todo lo lejos que él quiere. Los ritmos narrativos a los que se ve sometido el lector de La Fiesta del Chivo son dignos de una montaña rusa o de una ducha escocesa; siempre orientados hacia un final vertiginoso que te deja exhausto y asombrado, pues te has puesto a correr sin querer y sólo al final, cuando ya ha pasado todo, te das cuenta de que llevas cien páginas en un puro sprint narrativo que no te esperabas.
No estoy de acuerdo con la mayoría de los textos políticos que le he leído; pero admiro la forma en la que están escritos; me gusta ver cómo las frases se construyen y dicen, exactamente, lo que el autor quiere decir, sin exageraciones, sin gritos, dejando que los conceptos y las ideas se manifiesten en toda su dimensión en el contexto adecuado: cada artículo es un cuadro perfectamente terminado, por mucho que la escena representada no nos guste.
Dicho esto sobre su técnica y su capacidad narrativa, y sólo si se me pide una opinión sobre su persona, me gustaría destacar una cosa: su exquisita educación, su intención – y capacidad – de decir las cosas dejando clara la idea de que no quiere molestar al interlocutor. Siempre me ha dado envidia – desde mi absoluta brusquedad animal – esa capacidad para envolver en seda cualquier dureza del discurso: mágico.

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