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jueves, 10 de febrero de 2011

Energía y modernidad


Salto hasta el sur y mezclo, en el mismo día y en el mismo viaje, la experiencia del AVE y la del Alaris y me sorprendo, todavía, de la diferencia de este viaje con otro, muchos años atrás, que también dejó a un niño de seis años asombrado por los dibujos de los mismos azulejos que adornan la estación de Jerez de la Frontera. Era de noche y el TAF, ejemplo de la solidez anquilosada del régimen franquista, nos había dejado en un andén oscuro, desconocido y lejano tras miles de horas de viaje desde Madrid.
Hoy, a diferencia de entonces, el campo pasa sin darnos la oportunidad de fijarnos en el detalle; desdibujando dehesas, barrancos y arroyos por los efectos de una velocidad enorme, confortable y necesaria. Necesaria ¿para qué? Para no reflexionar, necesaria para que todo sea igual y regular, para que la reunión, el trabajo y el negocio, todo aquello que no es ocio, permanezca igual y no acuse los cambios de lugar. En cuanto al ocio, también debe ser accesible en el tiempo mínimo, pues el camino ya no forma parte del destino, ni siquiera forma parte del viaje mismo. El viaje ya es considerado como el tiempo transcurrido EN EL DESTINO, no el periodo de tiempo que transcurre fuera del origen y que ofrece al viajero el deleite de la contemplación, la reflexión y la ansiosa espera de la llegada.
La energía del viaje se condensa en el destino y la rebeldía de lo moderno es consagrarse al camino y no al destino que nos decepciona por su uniforme universalidad de marcas, patrones, imágenes y hábitos. Hoy triunfa el Camino de Santiago, negación del destino y cántico a la energía consagrada al mero hecho de avanzar por el camino, placer que conduce a un destino diluido y empequeñecido por la grandeza del viaje.
La modernidad desprecia el intermedio, el proceso y el instrumento en favor del resultado: la modernidad reniega de la perfección del artesano zen que consagra gran parte de su jornada a la preparación de la herramienta. Hoy se exige que la herramienta no tenga alma, que el artesano se haga sombra ante el producto fabricado y que la energía se concentre en el destino.
Hoy no son posibles los grandes títulos de la literatura de viajes que hicieron, de las ruinas románticas y de los piojos de los niños de la Alcarria, el sueño de muchos aventureros de salón que acompañaron los silenciosos pasos de Zalacaín el Aventurero. La consagración del mejor destino vuelve a estar centrada en disfrutar de un camino esquivo y largo que transcurre a la sombra veloz de los modernos trenes.

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