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domingo, 13 de marzo de 2011

Fukushima


¿De verdad sabemos manejar la energía nuclear?
Del papel de los radicales del átomo hablaremos otro día, que hoy es demasiado fácil darles cera.

Es un nombre que va a quedar grabado en la memoria colectiva como otros quedaron antes que él: Chernobil, Bophal, Three Miles Island y otros muchos que han venido a confirmar nuestra vulnerabilidad ante diferentes cuestiones. La formulación de Einstein, tan simple, tan elemental y tan capaz de generar nuevas posibilidades, ha colocado al hombre ante la posibilidad de abrir una puerta que promete grandes cosas; buenas o malas, pero grandes, sin duda.
La emergencia nuclear que vive ahora mismo Japón se produce casi cuarenta años después de que se instalara la central: cuarenta años de desarrollo tecnológico, mejora de sistemas de contención y prevención, profesionales mejor preparados y una larga lista de perfeccionamientos sobre la situación real de los años 70. Si ahora casi –y considero generoso ese casi - no podemos hacer nada ante un fallo en los sistemas, mi pregunta se centra en lo que, de verdad, se conocía, se sabía y se podía actuar en los años setenta cuando la central fue construida, cuando todos los favorables a ella aseguraban, como aseguran hoy mismo, que “era imposible un accidente nuclear”. Desde mi punto de vista, el problema, la carencia real de la energía nuclear, es el nivel de nuestros conocimientos reales sobre ella. Sabemos encender el petardo, pero una vez que la mecha empieza a consumirse, no podemos, ni sabemos, evitar la explosión.
Este accidente llega justo en el momento en el que occidente mira a la energía nuclear como una solución “barata” frente a otros tipos de energía y creo, sinceramente, que es posible que esa evaluación de costes sea intencionadamente escasa. Me parece que es muy posible que, si se incluyeran, de verdad, todos los costes del proceso completo, la ventaja real de la energía nuclear, en términos económicos globales, sería muy diferente de lo que ahora nos muestran. El ser humano tiene una tendencia genética a actuar sobre y con las novedades antes de saber y conocer del todo su verdadera naturaleza. Si se hace negocio, la cosa marcha y empezamos a estar en terrenos muy peligrosos en los que hace falta ir con mucho cuidado para no hacer algo que no tenga solución.
La realidad actual acelera los tiempos, la tecnología es capaz de ofrecernos unos titulares muy brillantes que, muy posiblemente, escondan demasiada “letra pequeña”. El ser humano debe aprender a pensarse en colectivo, en global, en su conjunto completo sin permitir que intereses parciales pongan en peligro a la especie entera y a su medio ambiente.
Es muy posible, seguramente es verdad, que la energía nuclear puede aportar mucho a nuestra sociedad, pero también me parece, y estoy casi seguro de ello, que eso lo conseguirá y lo hará una tecnología nuclear distinta a la actual, más conocida, más controlable, menos dañina, con un ciclo de vida más largo, con más aplicaciones y unos residuos menos complejos en su tratamiento.
La energía nuclear, otra energía nuclear, puede ver la luz gracias los conocimientos científicos y a la tecnología actual, pero eso es algo que también podemos aplicar al desarrollo de otro tipo de energías que hoy son caras y poco previsibles, sin posibilidad de almacenarse y generadoras de otro tipo de contaminaciones: la estética (pocas cosas más feas que un campo de molinos perfilando la montaña) y la mental, que alimenta y promueve esa falsa idea de que el consumo puede, y para algunos, debe, ser ilimitado.
De la misma manera que hay que producir energía de forma distinta, debemos consumir los recursos –y la energía es un recurso más – de una forma más consciente, ahorrativa, coherente y sabia. Y utilizo el concepto de sabiduría con idea de que podamos conocer, de verdad, la realidad completa de lo que hacemos, su origen, su coste, su muerte, su reciclaje, su necesidad real y las implicaciones completas de su uso, su coste y su abandono.
Por cierto: todo esto no lo harán nunca las empresas que viven, hoy, de vendernos energía y tecnología, esas que necesitan un consumo uniformemente acelerado. Ese modelo de economía es el que nos ha traído hasta aquí y, desde mi modesto y molesto punto de vista, es el primer objetivo a definir en el cambio, pues si no, no será posible acceder al conocimiento real de las tecnologías que deben hacer posible que el hombre sobreviva al hombre.

P.D.- Buen final para incluir en la idea de súper hombre de Nietzsche: el que viene después del hombre que hoy conocemos y que será mejor que él. (Lo de despreciar la idea y equipararla al nazismo hitleriano, me parece de una pobreza mental y una simplificación hacia la mera apariencia física absolutamente ofensiva y además, muy cómoda para no leer la obra del autor, que de simple no tiene nada.)

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