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sábado, 2 de julio de 2011

El paso infinito


Comestible
En vista de que mi calcáneo empieza a dejar ver la fatiga de los materiales, he dedicado el paseo de a la búsqueda del paso infinito, ese andar que nos permite a un ritmo suave independiente del tiempo. Es un paso que debe conectarnos con los tiempos antiguos, esos en los que el tamaño del mundo dependía del valor y del esfuerzo de los que caminantes, no de las horas de vuelo de un avión.
El mes de julio ya deja notar sus efectos y el campo amarillea aunque todavía hay reductos de agua, de juncos verdes y de bosquecillos de fresnos que se estiran por cursos de los regatos formando galerías de sombras verdes. Todo el campo bulle de esa vida generada en la primavera y que los cazadores del pueblo pretenden eliminar en un sólo día de caza que se prepara para mañana domingo. Una verdadera pena, pero el mes de Julio seguirá calentando las piedras en busca del seco agosto, insensible a nada que no sea su propio calor.
El paso infinito me ha permitido ver, además de mirar, y en esa mirada me he encontrado con la belleza de los malditos, de los que nadie quiere: el fresno, el cardo y el burro, todos despreciados y a los que nadie mira.
Los burros de una finca, cuatro, se han acercado a darnos los buenos días a mis perros y a mi, saludando amables tras desplazarse más de cien metros para, como seres bien educados, preguntar que tal nos iba, si traíamos pan o dejarse rascar la frente y las orejotas. Tiernos y encantadores, estos burros amenazados de extinción que buscan la salvación demostrando que son buenos compañeros de fatigas. Lástima que sean tan notables en la demostración de sus afectos y sus ánimos –su rebuzno se puede escuchar a más de tres kilómetros – que si no, mi casa contaría con un excelente ujier para recibir a las visitas. Un burro de raza Zamorana-Leonesa con “rastas” en invierno y el pelo bien cortadito en verano. Una delicia.
En cuanto al fresno y al cardo, sólo puedo remitirme a las fotos para demostrar su absoluta belleza.
 

Son los depreciados, los que acompañan el paso infinito para dejarse contemplar en todo su esplendor.

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