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sábado, 20 de agosto de 2011

Se avecinan malos tiempos

La historia es la que es y los represores han heredado el poder.
Algunos quieren borrar los siglos y eso es complicado, muy complicado.

Están cargando as pilas; reciben instrucciones actualizadas: se van a venir arriba, no hay duda. Su jefe les ha dicho, en varias ocasiones, que están perseguidos, acosados. Que reciban enormes cantidades de dinero público no cuenta ni importa, que les permitan hacer mangas y capirotes con la educación y con inmuebles, tampoco: lo que importa, lo que de verdad les molesta, es que no pueden controlar la totalidad de nuestras vidas.
Su jefe ha dicho muchas cosas, pero ellos sólo hacen caso a una pequeña parte, sólo pelean por ese terreno de libertad que se les escapa entre los dedos y que saben que no van a poder recuperar sin luchar hasta el final de sus fuerzas. La sociedad ha decidido aceptar la realidad de la homosexualidad, el aborto está regulado para que pueda ser considerado como una opción disponible para las mujeres que así lo quieran, la justicia persigue y desvela las aberraciones del clero rompiendo una antigua impunidad y la ciencia ha dejado de regirse por sus preceptos rechazando limitaciones intelectuales ajenas a la mejora de los conocimientos o limitaciones apriorísticas.
En los próximos meses los ateos volveremos a ser pieza de caza: nos acusarán de muchas cosas, incluso nos exigirán que demostremos la no existencia de Dios, que el jefe les ha recordado que la Iglesia y sus creencias son LA VERDAD, así, con mayúsculas y sin matiz ninguno.
Ser ateo, ser consecuente con aquello que la realidad nos muestra, aceptar que nuestras creencias pueden verse alteradas y modificadas por nuevos conocimientos sin trauma alguno, es una convicción que vamos a tener que defender con costes personales, pero eso no importa. La Iglesia lleva siglos ejerciendo un poder absoluto sobre mentes y cuerpos, ha acumulado poder temporal y espiritual pero somos muchos los que ya no tenemos miedo y les podemos decir con tranquilidad que no nos convencen sus mentiras, que lo que ellos llaman verdad no es más que un montón de mitos reciclados asimilados y un refrito de otras creencias y supersticiones con el que el decadente imperio romano intentó quitarse de en medio el problema religioso.
A diferencia de la conducta normal de la iglesia a lo largo de la historia, la sociedad actual actúa mediante la promulgación de leyes que se argumentan y discuten, que se votan y que responden a los deseos de la mayoría de la sociedad. Ellos reprimen las voces discrepantes, silencian y prohíben, imponen pensamientos y creencias y aumentan el índice de libros prohibidos, pero se auto atribuyen la condición las víctimas perseguidas a la vez que se esconden y eluden la confrontación leal. Quieren determinar la política desde fuera de la política, pretenden marcar las leyes del reino mientras niegan intereses terrenales.
Cada vez es más necesario que hagan caso a los mandatos de su jefe y se olviden del miedo, que den la cara y asuman las reglas de la democracia: tienen la obligación moral de crear un partido, hacer público su programa y ocupar el espacio público que los ciudadanos queramos que ocupen.
Se les hunde el negocio y lo saben: montan actos masivos buscando nuevos reclutas en nuevos mercados, pero la verdad les persigue: Desde los años 80, veinte seminarios han echado el cierre en España y otros tantos están a punto de hacerlo. (elmundo.es). La edad media de los sacerdotes españoles es de 67 años. El barco hace agua y lo saben, que perder el 24,3% de los seminaristas en cinco años es una hemorragia mortal a pesar de las transfusiones de Latinoamérica.
La libertad es perniciosa para la Iglesia y no saben como convivir con ella. Rouco hablaba de las raíces cristianas de España, pero hoy sólo el 13% de los que se dicen católicos y creyentes, asiste a misa. La Iglesia es una bestia que asiste inquieta al derrumbe de su fortaleza, cimentada en la imposición, el miedo y la represión.
Los ateos sabemos que nos han colocado en el punto de mira, que nos han declarado la guerra, pero también sabemos que tenemos una ventaja enorme sobre ellos: cuando sepamos con certeza que estamos equivocados, estaremos encantados de asumir esa nueva certeza y nuestra coherencia se verá reforzada; pero ellos no pueden aceptar la posibilidad de que su mundo se derrumbe, pues no serían nada.
Sus vestiduras, con todo su oro, son tan invisibles como el famoso vestido del emperador: están desnudos frente a la molesta razón y su desnudez es miserable. No son nada, pero hacen ruido, mucho ruido.

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