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domingo, 11 de septiembre de 2011

Una hora para Zamora...y más.

El románico de la torre vigila la extravagancia de una cúpula bizantina
perdida en la sobriedad de la meseta.
Zamora bajo la luna en un paseo obligatorio.
Protágoras de Abdera decía que el hombre debe ser la medida de todas las cosas y Zamora se acomoda a la medida del hombre de forma amable, se ajusta a su paso y a su cadencia con seriedad, sin falsos adornos, exhibiendo su piedra arenisca erigida en la oscuridad de su románico ancestral e introvertido.
Castro celta erigido sobre el Duero, parece haberse contagiado de la ancestral corriente de resistencia y como Numancia, resistió la dominación romana de la mano de un inmortal: Viriato, derrotado por la traición ya que las armas le veneraron durante largos años de lucha.
Hay que andar por sus calles y entregarse al barrio de la Catedral para descubrir el Portillo de la Traición y los distintos balcones sobre el río que ofrece el Castillo, el Palacio del Obispo y otros rincones románticos y silenciosos que se abren a los vientos húmedos del atlántico soñando el dulce lamento de los fados portugueses. Es la marea que sube por el río todas las noches para recordarle al río la ineludible cita con su amante en una tierra más verde, más amable y más lejana.
Zamora es el destino soñado por el alma que se busca sin poderse encontrar en otras luchas: Zamora se deja iluminar por la luna para mostrarnos que la oscuridad puede ser luminosa y el silencio hablar con el lenguaje anciano de un río que se muestra sabio y poderoso a nuestros pies.
Hay que hacer Turismo en Zamora y entender su pasada gloria de reyes, de reinas resistentes y lejanas con nombre de pájaro estepario –la famosa Doña Urraca de nuestros estudios- pero el verdadero turismo zamorano es aquél que se hace hacia dentro; es ese viaje con el buscamos la quietud y silencio de aquel soliloquio del poeta, aquél que quería platicar dulcemente con ese viejo amigo que hace tanto hemos perdido.
Zamora se deja descubrir al ritmo lento de un paseo de verano que no tiene más destino que soñarse calmo y satisfecho bajo el intuido frío de un invierno duro, seco y oscuro bajo nieblas de hielo y barbechos pardos como las capas de esos pastores que ocultan la luz de una Semana Santa entregada a la solemnidad y la pena de la muerte de Dios, ajena a fiestas y celebraciones sureñas que no saben de las heladas ni las hambres oscuras ausentes de fuegos y calderos.
Zamora se ha reinventado moderna y normalizada en barrios nuevos en los que podemos reconocer los últimos cincuenta años de nuestra historia, pero eso sólo es un guiño que protege el verdadero secreto de la ciudad: su solitario barrio antiguo que espera tranquilo a que el hombre se descubra otra vez y dirija sus sueños a devolverle la vida calmada de la convivencia, de la charla y la reflexión. Algún día, la mejor revista de tendencias llenará sus páginas con muchas fotos de esas casas renacidas gracias a una nueva vanguardia que habrá encontrado la verdad en el silencio de sus calles.
Por favor, antes de perder todas las guerras de vuestras vidas, esas que os han llevado a la duda y a la resignación, perderos por Zamora en una noche de luna llena y seguir a los fantasmas de aquellos que vieron la verdad en el misticismo que habita el interior del ser humano.

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