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lunes, 30 de abril de 2012

El peso de la prueba

¿Quien ha de probar una proposición discutible? Quien la afirma.
Desde hace tiempo empiezo a cansarme de tener que soportar la monótona repetición de una cantinela, demasiado común y demasiado aceptada en la sociedad, como para no levantar la mano y decir que ya estoy harto. En las pocas y serias conversaciones que se pueden tener sobre el tema – no hay muchos que se sientan a gusto cuando se pone encima de la mesa, aunque sea de forma casual – muchos de mis amigos y conocidos se confiesan “no practicantes” como paso previo al reconocimiento de su condición de ateos intelectuales aunque sin ganas de asumirlo.
La sociedad tiene tan naturalizada la presencia de la religión con sus organizaciones  y de la idea de dios, que se siente incómoda al tener que enfrentarse, individualmente, con el hecho, escueto, sencillo y común, de que no se cree en dios. Como mucho, se cree en “otra vida” gracias a una postura que se deja llevar por la inercia, pero nada más. ¿Razones? Hay muchas, pero la más importante, como dice un amigo mío, es que la religión “es un producto de la leche”. Lo explica todo, para todo tiene consuelo o consejo y además, ha conseguido que el que se atreve a negar, como es mi caso, su razón de ser, deba demostrar contra natura y en lugar de asumir que defienden lo indemostrado, revierten la obligación del peso de la prueba y con todo el morro piden la demostración de que dios no existe.
No les basta que en todos estos siglos no haya habido ni una sola prueba de su existencia que resista en más mínimo análisis imparcial, que ya es mucho después de lo que lo han intentado, no: te piden que demuestres su no existencia. Para ellos queda todo el inmenso terreno de lo desconocido como sustento de la deseada  y pregonada existencia de ese dios acaparador de la ignorancia. La cosa funciona así: ¿que no tienes demostración sobre cualquier teoría cuántica? Prueba de la existencia de Dios. ¿Qué no has encontrado la forma en la que se organiza el universo? Dios lo sabe todo y tu desconocimiento, que es incapacidad para abarcar y explicar su obra, lo demuestra. Y así ad infinitum sin cortarse un pelo, que lo que si hacen es mirar para otro lado cuando tu demuestras cualquier burrada de sus dogmas y decir cualquier sandez para justificarlo.
Y eso me enfurece, simplemente. Tener que convivir permanentemente con esa feroz persecución a lo evidente, que no es algo particular, sino institucionalizado por las distintas religiones que ven peligrar el chollo, me repugna y me indigna. Es sencillo, ¿no?

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