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miércoles, 6 de junio de 2012

Carlos Dívar: El coste de la resistencia

Carlos Dívar, claro exponente de la España hipócrita que prefiere parecer en vez de ser.
 
Carlos Dívar, aunque él todavía no lo sabe, ha muerto: su cuerpo es una cáscara vacía, un símbolo sobre el que hacer puntería y arrojar todo aquello que su dimisión hubiera silenciado. Carlos Dívar cree que resiste a los embates de la carroña política, pero  no es verdad, su dimisión avanza por delante de sus actos y en los cenáculos del poder su nombre ya es historia.
Carlos Dívar es el ejemplo perfecto con el que ilustrar un buen número de malas prácticas públicas y privadas. Como cabeza  del Consejo General del Poder Judicial sólo deja oscuras maniobras,  juegos políticos al servicio de partidos, prevalencia de las opiniones personales sobre la lógica de las acciones exigibles y un marasmo del sistema que bastaría para ser sometido a un juicio de inhabilitación. Como cabeza del tribunal Supremo, se puede hablar de juicios dirigidos, maniobras para separar y decidir, dormir procesos y retrasarlos, juegos políticos de toda índole y un largo rosario de acciones contrarias  lo que todos pensamos que debe ser la justicia.
Todo ese acerbo de acciones perversas se ve culminado con una falta de honradez institucional de primer orden y un cinismo público execrable exhibido en su comparecencia para despreciar a todo el mundo con una soberbia digna de mejor causa. Hasta aquí lo que importa y a partir de aquí, lo que va a constituir un calvario personal  de primer orden y que se relaciona con su vida privada y sus supuestos hábitos sexuales.
Personalmente, su sexualidad me importa un carajo a la vela y mas bien me da asquito el mero hecho de pensar en ella, pero el conjunto que dibuja el todo podría elevarse al compendio de lo que ha sido esa España antigua y falsa que lo ocultaba todo debajo de las alfombras de los salones para que todo pareciera en lugar de que todo fuera.
El cadáver de Carlos Dívar va a dar, todavía, mucho que hablar.

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