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jueves, 23 de agosto de 2012

35 años 33 horas


Un mensaje que quizá nadie lea más allá de nuestro sol


Hace mas de treinta años comenzó un viaje sin retorno para la nave Voyager 1, el primer intento humano de asomarse de verdad fuera del sistema solar. Hoy esta nave se localiza en la incierta zona en la que el sistema solar se confunde con el cosmos y la nave manda señales confusas. Empieza a recibir menos del sol de lo que recibe del espacio interestelar en forma de radiaciones de alta energía que se superponen a las de mas baja energía que le llega desde el sol.
La nave alberga un disco de oro en el que se han grabado mensajes de la tierra cuyo destino es casi imposible, pues nadie sabe si serán, algún día, objeto de estudio, pero por si las moscas, nosotros explicamos quienes somos y donde habitamos, así como las instrucciones para montar un tocadiscos con el que escuchar música terrestre. ¿Servirá para algo? Probablemente no, pero la soberbia humana es tan infinita como el viaje emprendido por este mensajero cuya vida acabará sobre el 2020 para convertirse en un cadáver tecnológico, un silencioso libro listo para ser leído por otras culturas que habrán recibido nuestras primeras emisiones de televisión y con ellas, la verdadera y triste naturaleza del ser humano. 
Las señales de esta nave tardan 33 horas en ir y volver de la tierra hasta sus receptores, mientras que aquí y ahora nosotros estamos recibiendo extrañas señales de nuestro propio pasado: unos bonobos nos muestran cómo son capaces de elaborar herramientas líticas a partir de núcleos apropiados. ¿Nos están diciendo que los rastros que con tanta soberbia identificamos como humanos en los australopitecus y semejantes no son sino huellas de otras especies no humanoides? Empeñados en mirar lejos y descubrir nuevos universos, los bonobos nos recuerdan que apenas sabemos quienes somos, si bien nuestra ambición nos empuja allí donde la luz del sol se confunde con otros millones de estrellas iluminando noches lejanas.
El ser humano viaja sin descanso, viaja en el tiempo y en el espacio a lo largo de su propia vida como especie y como individuo y viajando vemos como cambia nuestro paisaje interior modelado a base de fracasos, sueños perdidos, alguna pequeña satisfacción y enormes dosis de conformidad e indefensión, la conformidad justa como para engañarnos y decirnos a nosotros mismos que, en el fondo, no estamos tan mal. Mentiras que nos contamos para no dejar que la vergüenza nos aplaste con el peso de la espantosa realidad que siempre acaba alcanzándonos.

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