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jueves, 13 de diciembre de 2012

Nada



Amanece cerca de Amsterdam.
Hay momentos en los que la vida transcurre en mitad de la nada, momentos vacíos cuya razón es enlazar otros momentos en los que, de verdad, la vida ocurre. Uno de esos espacios vacíos en el tiempo tiene lugar cuando viajamos muy temprano, a la hora en la que el mundo duerme y la noche lo ocupa todo.
Hoy escribo en uno de esos momentos a bordo de un avión que vuela en la noche. Son las seis y media y mi organismo intenta sobrevivir al sueño, a esa sensación de cuerpo destemplado y a la incomodidad de un espacio estrecho pero aunque nadie parece darse cuenta, todo lo que ocurre tiene lugar en un espacio inerte y vacío dominado por la nada que gobierna el traslado.
Estoy seguro de que si pudiera abrir la cabina del comandante, no habría nada; que fuera del avión no hay nada y que en el exterior sólo nos espera el tiempo para volver a colocarnos en el mundo real. Mientras tanto, como en muchas otras ocasiones, me entrego al tedio de un vuelo inexistente que surca la nada camino de un día que todavía no sabe que llamamos a su puerta.
¿Es posible que el mundo ya nos haya olvidado y sigamos perdidos en la nada para siempre?    

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