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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Dos barcos




Un final indigno para un navegante glorioso:
Calypso

La actualidad del día nos coloca frente a la historia de dos barcos cuya significación no puede ser más distinta. Por un lado, hemos conocido la sentencia sobre el naufragio del “Prestige” el hoy pecio que anegó de porquería las playas del Cantábrico y de la margen Francesa del Canal de la Mancha. No hay culpables, sólo una bronca para la rebeldía de un capitán que quería, desobedeciendo, hacer lo que cualquier marino –lo dijeron todos en esos y posteriores días –hubiera hecho: buscar refugio en un puerto seguro y descargar la mierda que llenaba las bodegas.
Queda impune la irresponsabilidad de los políticos que, todos juntos y en unión, intentaron largarle el problema a Portugal  o que intentaron jugar con las palabras y la verdad llamando “hilillos de plastilina” a lo que era una marea negra de proporciones ciclópeas. Por cierto, si volviera  a pasar algo así, volveríamos a estar en manos de criterios políticos –ya sabemos cómo acaba eso – sin poder echar mano de un protocolo de emergencia realizado por expertos y adecuado a cada caso. Vamos, que la volveríamos a cagar.
El otro barco es el “Calypso”, varado en tierra y comido por la herrumbre en medio de una pelea legal entre la familia del comandante Cousteau  y un puerto que reclama el pago del mantenimiento y otros servicios realizados.
Este barco nos enseñó el mar, así de simple: nos maravilló con todo lo que sus tripulaciones filmaron e investigaron. Tuvo la inteligencia y la capacidad de enseñar y divulgar de manera ejemplar. Peleó contra la corriente imperante que pensaba que el mar era capaz de lavar todos nuestros detritos y concienció a varias generaciones.
Como el Prestige, se muere y descompone, pero sin la bendición que todo buen barco merece: yacer en el fondo de los mares que surcaron cuando estaban vivos. Una pena que el malo tenga mejor final que el bueno.

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