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jueves, 14 de noviembre de 2013

Sumisos, tontos y callados



Giordano Bruno, tostadillo por curioso.
El plumero de la Iglesia tiene demasiadas brasas.
Leo que Paco I se ha descolgado con uno de los temas recurrentes de la Iglesia y que a uno, en su rebeldía, más le pueden tocar las narices: “El espíritu de la curiosidad genera confusión y nos aleja del Espíritu de la sabiduría, que da paz”. Vamos, que a tragar y a no dar la murga, que para qué andar enredando si ya os contamos nosotros lo que tenéis que saber.
Esa eterna pelea con la verdad es la que ha hecho de la Iglesia y de la religiones un cáncer y una losa para la evolución del saber humano. La Iglesia, en toda su historia, no ha dado ni una; jamás ha acertado en ninguna de las polémicas con la ciencia. Son famosas las pifias del sistema heliocéntrico, pero es que en sus ramificaciones tampoco encontramos mejoría, que los calvinistas quemaron al pobre Servet.
El conocimiento es enemigo de la religión y todas ellas lo saben y trabajan para poner barreras, trampas y retrasos. Cada vez que un investigador avanza y aporta una prueba que valida una teoría, la religión tiembla y trata de proteger el chiringuito. Unas, más inteligentes, ya avanzan  que la ciencia podrá descubrir todo lo que la realidad esconde, pero jamás desvelará ni la razón de la su existencia ni el porqué de la “armonía del universo”. La causa de la causa que jamás se encontrará y que unos buscan sin pensar que es posible que no haya causa ni razón, que puede ser que acabemos conociendo todo sobre un universo que, posiblemente, ni siquiera exista como algo más que una ilusión holográfica.

Por favor, que nadie le haga caso, que la ciencia avance y que la curiosidad siga moviendo la inquietud por conocer: paso a paso acabaremos conociendo más y más hasta que la humanidad entienda de una vez que cuernos pintamos aquí, la gran pregunta de mi vida y de la que jamás he podido vislumbrar ni una lejana respuesta. A ver si el palomo se enrolla y me cuenta algo, que de momento, ni se me acerca.

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