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lunes, 9 de diciembre de 2013

La terapia del absurdo



Confieso que desde hace años vengo sometiéndome a una terapia semanal a la que me he hecho adicto y cuyos beneficios intento extender a todos los que me siguen: la terapia del absurdo. La cosa es simple y a la vez, muy complicada de completar, pues requiere dedicación, disciplina, entrega, constancia y fidelidad, pero aseguro que los resultados compensan de largo tanta entrega.
Todos los lunes, cargado con toda la información de actualidad, mala uva y cabreos acumulados en la semana, acudo al espacio en el que la terapia tiene lugar y comparto con dos o tres amigos, de los de toda la vida, un acercamiento a esa realidad desde el plano del absurdo más esperpéntico que pueda imaginarse cada uno.
Imagino que los que nos ven –no es difícil, pues la terapia tiene lugar en un restaurante a la vista de todos- deben pensar todo tipo de cosas extrañas acerca de nosotros, pues los desabarres son, a veces, importantes y sonados. No pasa nada, pues ese es precisamente el objetivo de la terapia. Como en una tormenta de ideas, no vale frenar y hay que elevar el absurdo hasta el máximo y dejarlo allí donde ya no pueda seguir elevándose por encima de lo cotidiano.
Vale todo y cuanto más bestia y más asalvajado mejor, de manera que al final de la comida uno pueda sentirse liberado de realidad y suave como una malva, con el espíritu renovado y dispuesto a seguir tragando realidad por mucho que nos rasque la garganta y se levanten ampollas.
Probarlo, es una verdadera delicia, pero no vale apuntar las burradas que haya podido decir cada cual: esa esporádica realidad, efímera y salutífera, nace y muere con la comida de los lunes y allí se queda, no hay recuerdo ni fotografías comprometedoras. Gracias al cielo!!!
Confieso que desde hace años vengo sometiéndome a una terapia semanal a la que me he hecho adicto y cuyos beneficios intento extender a todos los que me siguen: la terapia del absurdo. La cosa es simple y a la vez, muy complicada de completar, pues requiere dedicación, disciplina, entrega, constancia y fidelidad, pero aseguro que los resultados compensan de largo tanta entrega.
Todos los lunes, cargado con toda la información de actualidad, mala uva y cabreos acumulados en la semana, acudo al espacio en el que la terapia tiene lugar y comparto con dos o tres amigos, de los de toda la vida, un acercamiento a esa realidad desde el plano del absurdo más esperpéntico que pueda imaginarse cada uno.
Imagino que los que nos ven –no es difícil, pues la terapia tiene lugar en un restaurante a la vista de todos- deben pensar todo tipo de cosas extrañas acerca de nosotros, pues los desabarres son, a veces, importantes y sonados. No pasa nada, pues ese es precisamente el objetivo de la terapia. Como en una tormenta de ideas, no vale frenar y hay que elevar el absurdo hasta el máximo y dejarlo allí donde ya no pueda seguir elevándose por encima de lo cotidiano.
Vale todo y cuanto más bestia y más asalvajado mejor, de manera que al final de la comida uno pueda sentirse liberado de realidad y suave como una malva, con el espíritu renovado y dispuesto a seguir tragando realidad por mucho que nos rasque la garganta y se levanten ampollas.
Probarlo, es una verdadera delicia, pero no vale apuntar las burradas que haya podido decir cada cual: esa esporádica realidad, efímera y salutífera, nace y muere con la comida de los lunes y allí se queda, no hay recuerdo ni fotografías comprometedoras. Gracias al cielo!!!

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