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domingo, 29 de diciembre de 2013

MISERIAS Y MENTIRAS


A pesar de que conocemos el camino del esfuerzo, preferimos andar perdidos por las sendas sencillas que nos llevan al fracaso.

Mientras los grandes titulares del día se centran en el comunicado de los presos de ETA, lleno de mentiras y veladas verdades, otro suelto de El Mundo nos habla de la trágica realidad de un poblado costero de Honduras cuyos habitantes se destrozan el sistema nervioso pescando langostas con botellas. En un caso, el dinero esclaviza el cuerpo de estos parias condenados a la muerte o a la invalidez en un entorno miserable en el que sólo la lluvia les permite enjabonarse al aire libre todavía sentados en sus sillas de ruedas: si no hay lluvia, permanecen sentados sobre los restos de sus propios excrementos. Todos los años repiten la historia con la llegada de los barcos langosteros de las compañías exportadoras. Por supuesto, nadie hace nada para regular sus condiciones de trabajo, faltaría más, no vaya a ser que la competitividad se resienta.
En otro lado del espectro, la esclavitud mental de aquellos que han visto el transcurrir de sus vidas entre sangre y rejas y se aferran al lenguaje para tratar de justificar el inmenso error de dedicar su vida al odio. El odio destruye, separa y divide y ellos, los presos de ETA, han visto cambiar el mundo sin que ellos formaran parte de esos cambios: tan sólo les queda el odio como refugio y a él retornan como autómatas zombies cada vez que el mundo les reclama un cambio. No pueden cambiar, sus antiguas ideas y el odio que ellas generan dominan sus vidas y les condenan a un lenguaje forzado y falso que oculte su desnudez. ETA pudo tener un origen más o menos válido de lucha contra la dictadura franquista, pero perdió su camino hace mucho y los que, en plena democracia, vistieron sus vidas con el uniforme del odio ahora se han quedado desnudos y solos con el único apoyo de un lenguaje ambiguo, antiguo y vacío, muy vacío.
Todavía no saben que lo más difícil está por llegar y los que han salido no les cuentan la verdad: lo que de verdad deben abandonar, además de las armas, es el odio. Mandela supo que su odio debía quedar para siempre tras las rejas que el abandonaba y en esa decisión edificó su grandeza. El colectivo de presos está anclado en una dinámica que hará que su condena se prolongue más allá de las cárceles cuando ya se vean en la calle: el odio.
Para los primeros, los esclavos del aire que les envenena la condena es su miseria y su falta de oportunidades y para los segundos, la condena vive en su interior alimentada pro el odio. Los primeros no pueden liberarse y me temo, los segundos tampoco. 
Miserias y mentiras que conforman la condición humana tan poco dada a mostrar todo el potencial de su grandeza.

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